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martes, 20 de diciembre de 2011

APARTE






APARTE






calle de Monte Santo








      Añoro la felicidad. ¡Qué complicado fue construir ésta sencilla frase! Había demasiadas palabras haciendo imposible ese sentido, me pareció un hallazgo valiosísimo aunque ya no me acuerdo a qué imágenes la asocié. La descubrí anoche cuando ya estaba demasiado cansada para volver aquí o a ningún sitio para guardarla pero entendí, mientras me iba sumergiendo en el sueño, que en ella se resumen esos trabajos, todo lo que, de tan absurdo, lo parecía. A veces no se llega a encontrar explicación y el sentimiento deriva durante vidas enteras a la intemperie.
Hay miles, millones de significaciones que se ponen de obstáculo, lo mismo para reir, salta desde el mismísimo centro un algo que no contempla y se va a refugiar en alguna palabra. Otras se desvanece como mercadería y es la fe lo único que se salva.
Añoro la felicidad, contra los plomos y los cascotes; mi ingenuidad sin memoria sostiene el color claro del cielo al anochecer en verano y las siluetas que se formaron en las nubes y que me parecieron documentos de amor tendidos por los caminos. Entonces había caminos, serenos o tenebrosos como la voz; eran nombres que luego, cuando el futuro, habría que recobrar para calzarlos de nuevo cuando los pies anduviesen sin dueño.
Tiene que haber manzanas al ras suelo y mandarinas en la pared, tiene que haber silencio.
















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